Viernes, 10 de Noviembre del 2023 - 10:16 hs. 510
Brilla. Todo en ella brilla. Su ropa, su pelo, sus ojos, su sonrisa. Taylor Swift mira sorprendida, abre la boca, tira la cabeza hacia atrás, hace “no”, se muerde el labio. “Esto es increíble, me están haciendo sentir realmente....”, hace una pausa, se pone de perfil, levanta el brazo izquierdo en un ángulo de 90 grados y saca músculo. Casi 80 mil personas, que fueron a verla a la cancha de River, la ovacionan. Algunos ya están llorando.
Esto pasa 20.46, seis minutos después del arranque formal del primer show de “The Eras Tour” en Argentina. Después de Cruel Summer, el segundo de los 45 temas- sí, 45 canciones con 18 cambios de vestuario y prácticamente sin interrupciones- que interpretará la cantante estadounidense esta noche. Spoiler alert: Taylor no defrauda y las "swifties" tampoco.
Critica al sistema, no solo hace canciones de amor y desamor, como podrían arriesgar los que no la conocen.
Como lo dice su nombre, el “Eras Tour” es un recorrido por diferentes eras o etapas de la historia de Taylor como cantante, cada una está representada por un color, algunas tienen, además, símbolos, como una serpiente. No están ordenadas cronológicamente: repasa la discografía de 9 de sus 10 álbumes con un setlist ya establecido y también deja un momento para compartir dos “canciones sorpresas”. Pero para eso todavía falta.
Ahora el público presta atención a los cambios en la pantalla gigante y curva de alta definición y casi 100 metros que está al frente y de una plataforma que se eleva entera o de a bloques en la mitad de una pasarela que desemboca en un segundo escenario más chico, ubicado en el centro del Monumental.
Al ingreso todos reciben una pulsera luminosa que en este instante, cuando Taylor empieza a tocar Lover con su guitarra, titilan en rosa. Se apagan en simultáneo. En el momento en que la oscuridad gana terreno, se ven las estrellas. Al encenderse, todo es estímulo y color.
“Es un honor estar con ustedes hoy, Buenos Aires, tengo la suerte de que es la primera vez que visito Argentina y decidieron hacer sold out (todas las entradas vendidas) mis tres noches acá, gracias, los amo”, dice Taylor en inglés y repite el “gracias” mientras se toca el pecho. Ya son las 20.57.
Después pide que la próxima vez que escuchen sus canciones recuperen los recuerdos generados hoy. Las lágrimas brotan entre los que la escuchan y venían esperando desde hace mucho por este día.
El tiempo para emocionarse dura poco. Llega el turno de The Archer y en el campo gritan “el papel”. Es momento del primer “fan action” de la noche. La consigna, impulsada desde Tik Tok, llamaba al fandom argentino a levantar un cartel con el texto “We will stay” (Nosotros nos quedamos) como respuesta a “Who could ever leave me, darling, or who could stay?” (¿Quién podría dejarme, querido, o quién podría quedarse?).
La acción se concreta. Taylor la agradece. Quiere llegar a cada uno, intenta conectar, mirar a los ojos, recorre todos los escenarios y pasarelas una y otra vez, busca a su público por las plateas, baja la cabeza al campo. Mientras, baila, salta, levanta los brazos, se tira al piso y, claro, canta.
El show de Taylor Swift comenzó después de las actuaciones de los dos teloneros: el argentino Louta y la estadounidense Sabrina Carpenter, ambos muy bien recibidos por el público swiftie.
No se la ve cansada, no transpira, no baja la energía en ningún momento ni deja de sonreír. Mantiene el maquillaje (labios rojos y pestañas con brillos en el mismo tono) y el pelo perfectos durante las tres horas y 20 minutos que dura el show.
Hace caras, guiña el ojo, posa. Parece natural pero, a la vez, la resolución de cada uno de los cuadros obliga a pensar que incluso la forma de gesticular está marcada. Las cámaras la siguen sin parar.
Cae una cortina de fuego y menos de un minuto más tarde Taylor está cambiada, ahora de dorado con un body y una falda con flecos, anunciando el comienzo de otra era.
Llega Fearless y, con ella, el público explota. “Taylor, te amo”, “qué mujer”, “es el mejor día de mi vida”, se le escucha gritar a los fanáticos.
Hay tres generaciones bien definidas: los de más de 30, millennials como Taylor, que crecieron con ella; los de veintipocos que, al menos en este sector, son mayoría. Y los de 15 y 16 que llegan acompañados por mamá, papá o alguna tía o prima grande.
Para las “friendship bracelets”, otra tradición de las swifties, no hay edad. Desde la previa del concierto, los tres grupos intercambian pulseras con letras de canciones de Taylor. Una buena excusa para conocerse y, en algunos casos, compartir el recital. Es que hay mucha gente que fue sola.
Todo pasa muy rápido y Taylor ahora luce un vestido naranja. Para Willow completa el outfit con una capa verde y el público la vuelve a ovacionar. “Esto está fuera de control. Los amo. Esta pasión es mágica”, agrega la artista frente al piano. Habla de lo que escribió en pandemia, cuando no sabía qué iba a ocurrir con el futuro de la música y presenta Champagne Problems.
Para sorpresa de todos, cuando empieza a tocar el piano, se equivoca una nota y frena. Seguido a eso, se ríe, mira al frente y se queja: “Dos meses off, practiqué esto un montón de veces”.
“Ustedes pensaron que vinieron a ver a una profesional”, suma Taylor, que recibe más risas y aplausos.
Son las 21.45 y suena “Ready for it?”. La locura es total. Cantan gritando, cada vez más agudo. El calor humano y el cansancio se empiezan a notar. Algunos fans deciden sentarse en el piso. Arriba del escenario, la artista y sus bailarines, que también cambian bastante de vestuario y ahora están de rojo y negro, siguen intactos.
Taylor aparece de a cientos. En el escenario, en las pantallas, en los celulares de todos los que filman en simultáneo para guardarse ese ratito para siempre. Nada se parece a vivirlo. La imagen no refleja el momento. Igual, el público lo captura para subirlo a redes cuando recupere señal.
Para la altura de Enchanted, Taylor se viste de princesa. Unos temas y una era más tarde, ya para las 22.15, toca el himno de su juventud, 22, cantado ahora a los 33, casi 34 (nació el 13 de diciembre de 1989 en Pensilvania). Y cumple con otra de las tradiciones de su tour: regalarle su gorro, el que usa para esta canción, a una fanática, que aparece en pantalla gigante con la boca y los ojos abiertos sin poder creer el abrazo que recibe de la megaestrella.
Otro momento importante del show se da 22.27 con la versión larga, de “10 minutos”, como dice Taylor en español con acento, de All too well. Al final, tiran papelitos.
August, interpretada con outfit verde; Style, Blank space y Shake it off, de turquesa, terminan de transformar al show en una verdadera celebración. Las coreografías incluyen paraguas, bicicletas, un tren. Por momentos hay humo, también fuego.
Con gran expectativa, 23.25 llega el momento sorpresa y Taylor elige The very first night, del álbum Red, en guitarra; y Labyrinth, de Midnight, en piano para interpretar.
Anti-hero y Mastermind se cantan y bailan con la nostalgia de algo que se está por terminar. Para Karma, el último tema del setlist, llegan los fuegos artificiales. “Por favor, hagan algo de ruido, fue increíble, muchas gracias”, cierra Taylor emocionada. El ejército "swiftie" responde, como desde el principio, con aplausos, gritos y más y más ruido.
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