En el “mundo de los niños” la separación de sus padres implica  sobrecargar su capacidad adaptativa, es decir tienen demasiada nueva información, sobre su entorno, su núcleo familiar y la imagen que tenían de familia se disocia, lo que les genera una sobrecargo que puede provocar la pérdida de su equilibrio bio- psicosocial, por la sobrecarga de información.

   La perdida física y emocional de una de las figuras parentales dentro de su sistema familiar (padre o madre que se va de la casa) genera grandes dudas en el pensamiento del niño como: “¿ya no me quiere más?”, ¿Por qué no vive con nosotros?”, “¿Qué hice para que se alejara?”, etc. 

  Al mismo tiempo la figura parental que sigue conviviendo diariamente con el niño tiene cambios en las actitudes, consiente o inconscientemente, como la presencia de autoritarismo, permisividad, conductas culpabilizantes, entre otros, resultando psicopatogenas para el niño.

   Por lo anteriormente dicho podemos darnos cuenta del gran cambio que genera en un niño o niña la separación de sus padres, independientemente si se hace de forma cordial o no.

Dependiendo de cómo la transite y de las herramientas que tenga, puede terminar en actitudes agresivas, malos tratos, ira, ansiedad o depresión. Ya que para ellos es transitar un duelo del ideal de familia que tenían en su mente.

  Por ello es bueno darles un tiempo prudencial, contención e intentar buscar ayuda para que lo transiten de la manera más sana posible.

  Con esto no queremos decir que la separación o divorcio es algo malo, ya que en la mayoría de los casos es para una mejor salud mental de los padres y por ende de los niños.