19/12/2022  -  Opinión
AHORA QUE TERMINÓ EL MUNDIAL

Ahora que terminó el mundial, y Argentina ganó incuestionablemente una final magnífica, quiero compartir algunas reflexiones que el Campeonato Mundial de Qatar me ha sugerido.

Me alegró mucho el triunfo de la Argentina de “Lio” Messi, del “fideo” de María, de un plantel de excelentes deportistas y su serio y firme director técnico.

Destaco que esa Argentina y su triunfo no tiene nada que ver, ni fue impulsada por: “las manos de Perón”, la “Iluminación de Santa Evita”, ni el “ejemplo” de Maradona; disparate politiquero e ingrato representado en la gloriosa ocasión, por el gesto ordinario y grotesco del arquero Martínez. 

Los uruguayos que “hinchaban” por Francia, no era por envidia, sino por rechazo a “La Argentina” kirchnerista y porteña, pretenciosa y prepotente, que sigue resintiendo nuestra existencia de “provincia” rebelde, que, con sus modestas dimensiones, capacidades y conducta, desde este lado del río, “le echa en cara sus miserias sin hablarles de ellas...” 

Y anotado esto, quiero señalar algo de mi experiencia vital con la historia mundialista de “La Celeste”.

La última vez que Uruguay salió Campeón del Mundo, fue en 1950, hace 72 años. Los festejos fueron apoteósicos, al extremo que en Salto a las 20.00 horas se agotó el stock de cerveza… yo tenía dos años, y ni me enteré.

Desde entonces, todo han sido ilusiones frustradas, excusas, y reparto de culpas entre los técnicos, los dirigentes, los jugadores, y naturalmente las conspiraciones de la FIFA, y los arbitrajes, ahora con el agregado del VAR, para privarnos de la gloria.

Es que la implantación en nuestra sociedad una exaltada mística patriótico-futbolística con toques de lenguaje bélico-heroico, ha sido abrumadora.

A tal extremo que estando en primer año de escuela, en el mundial de 1954, recuerdo que en las aulas proliferaron mapas de Suiza, montañas dibujadas en el pizarrón, figuritas de los jugadores, y la voz, (creo que de Solé), resonando en el patio desde la radio de la Dirección cuando jugaba Uruguay; que quedó en cuarto lugar, luego de ser derrotado justicieramente por Hungría y Austria.

Desde entonces el cuarto puesto ha sido el “techo” de Uruguay en los mundiales; como en México, donde Brasil se llevó la Copa Jules Rimet para siempre, (luego se la robaron y los ladrones la fundieron para vender el oro), que hace pensar en aquello de: “Dios no quiere cosas puercas…”

El Uruguay produce muy buenos jugadores, y cada cuatro años el país se ilusiona con la posibilidad de una nueva conquista gloriosa; que no se concreta entre otras cosas, porque “los rivales también juegan”, y la calidad de nuestra dirigencia a la hora de organizar la selección y su cuerpo técnico, cae sistemáticamente en la tentación pusilánime de la mediocridad.

El enfoque mezquino, la falta de ambición, el pase “p’atrás”, ese angustiante quedarse parados mirando, cuando un puntero se escapa por la raya hasta el fondo rival; resumiendo, el no tener la descarada autoconfianza del feo que diciendo “en el intento está el valor” invita a bailar a la más bonita; que cansada de estar sentada, dice gustosa que SI; mientras los galanes dubitativos se quedan mirando “la fiambrera”, con cara de desconcierto.

Así nos va; no clasificamos, clasificamos “con la calculadora” dependiendo de un resultado ajeno, siempre con el alma en un hilo, sin arriesgar, prefiriendo el empate, dejándonos presionar por la opinión ajena o los intereses particulares, y festejando con delirio el cuarto puesto de un equipazo, que con un poco más de audacia, hubiera llegado mucho más lejos, hace ya doce años.

El Uruguay que consiguió su independencia ganando batallas imposibles, proyectándose hacia el futuro con el optimismo y audacia de sus empresarios, que construyó sin timidez una institucionalidad ejemplar sabiendo superar sus discordias, y que, además ganó campeonatos mundiales de fútbol para asombro del mundo, tenía siempre la autoconfianza descarada del feo que invita a bailar a la más bonita. 

Hasta que no recuperemos esa actitud, no hay margen para la ilusión; recordemos que la Victoria, y su hermana loca, La Suerte, tienen debilidad por los audaces.


M. J. Llantada Fabini (copiado de su Facebook) 


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